Poder crear espacios donde conjugar los elementos vegetales según gustos y posibilidades, apra conseguir un determinado ideal estético introduce en la planificación de los jardines lo que podríamos denominar esos otros elementos «inertes».
La gama de elementos no vivos posibles de hallar en un jardín es practicamente inagotable, variando a lo largo de la historia según modas, emplazamientos, tendencias y poder adquisitivo.
Las muestras del arte de la jardineria han pasado a la historia desde los tiempos remotos del rey Nabucodonosor, quien hizo construir los Jardines Colgantes de Babilonia, considerados como una de las siete maravillas del mundo y antecesores del jardín en terrazas de líneas geométricas o los jardines egipcios de formas rectas, tiradas a cordel, con frutales y parterres floridos por obra y gracia del gran padre Nilo.

De todos modos, los primeros jardines que conjugan a la perfección el elemento vivo con el inerte son los de las grandes villas romanas: frescos, estatuaria, pabellones y templetes en honor a los dioses y prohombres. Peanas y columnas recubiertas de hiedra, púdicas venus estáticas, alegres faunos y atrevidos cupidos que esperan el paso de los siglos bajo las cenizas de Pompeya.
Muy distinto es el jardín medieval, recóndito y austero, en el que el elementos inerte más que tener una función ornamental -hablamos de los inmensos muros que lo rodean- tienen la función de determinar un jardín-prisión de ayas y doncellas y un jardín-protección de maltrechos guerreros o de cabelleros más inclinados a la paz monástica que a las armas.
Conviviendo con éste jardín encontramos la muestra más sublime de la concepción blogal del espacio ajardinado: se trata del jardín árabe, del que todos conocemos el ejemplo de la Alhambra de Granada.
Aquí los árabes conjugan a la perfección el elemento inerte y la naturaleza, saben crear ambientes mágicos e íntimos en los que la piedra aporta una nueva dimensión del espacio filtrándose a través de trabajadas celosías y tragaluces.
El agua se convierte en un elemento diámico, ya no permanece estática en albercas y estanques. El sonido y el movimiento del agua armoniza en un todo con el aroma de los jazmines, lavanda y flor de azahar de los espacios recoletos de estos jardines.
Aunque mucho más lejano y distanciado de nuestra cultura que el anterior, el jardín japonés recrea también ambientes insólitos e intrincados en los que los puentes de piedra atraviesan falsos riachuelos que conducen al paseante hasta los pequeños templetes en honor de los dioses.
Saltando hacia adelante en éste breve recorrido histórico del jardín nos encontramos con dos nociones muy distintas en ccuanto a la concepción y uso del jardín; la inglesa y la francesa.
Quien quiera puede ver en cada una de ellas dos mentalidades muy distintas, una sombría majestuosidad en el parque inglés y la opulencia de la artificiosidad en la concepción francesa.
El jardín francés de los siglos XVII y XVIII es el exponente máximo de la artificialidad. No se parece en nada, tampoco lo pretende, a un espacio natural: el elemento vegetal adquiere formas imposibles, laberínticas, sometidas y opulentas a modo de inmensas alfombras al aire libre.
Las fuentes, las estatuas, las balaustradas de las escalinatas y las grandes avenidas configuran vastos espacios en los que está proscrita la intimidad.
El elemento inerte ornamental resulta indispensalbe en estos jardines. Es impensable una avenida versallesca que no esté flanqueada por un ejército de estatutas del más puro estilo clásico que se han mantenido impasibles al rodar de cabezas de quienes las hubieron tenido.
La gama de elementos no vivos que puede hallarse en un jardín es pues prácticamente inagotable: fuentes, templetes, pabellones, kioscos, pérgolas, bancos, balaustradas, etc. aunque todos ellos se enecuentran unidos por un detino común: la práctica imposibilidad de sobrevivir en los pequeños jardines particulares.
Nuestros jardines son demasiado reducidos para poder albergar el Pabellón de Lectura o un simple busto romano, por lo que debemos conformarnos con contemplarlos en los parques y jardines públicos., sobre todo aquello que se entiende por elemento ornamental clásico como los mencionados anteriormente.
De todos modos no tenemos por qué privarnos de todo. Siempre habrá lugar para una pequeña fuente, un bebedero para pájaros o el brocal de un pozo, en nuestros jardines particulares.
También podemos aprovechar como ornamento los elementos estructurales indispensables en el jardín. Los muros, o las escaleras son elementos funcionales que se prestan a adecuadamente a algunas libertades ornamentales.
El secreto está en la sobriedad y en la armonía que el elemento inerte guarde con el resto del jardín.
De entre todos los elementos utilizados en el diseño actual de un jardin podemos destacar, quizá por su frecuencia de uso, los siguientes que detallamos:
– Celosias: Las celosias no son más que un entramado de madera, normalmente a modo de reja que, colocado verticalmente, nos permitirá disimular zonas visualmente poco agradables de nuestro jardín si las colocamos tal cual, al tiempo que nos ofrecen una superficie muy adecuada para el desarrollo de todo tipo de plantas trepadoras. Una celosía bien situada nos proporcionará en muy poco tiempo un muro verde de exuberante vegetación, una agradable zona sombreada de la que disfrutar, y una barrera contra miradas indiscretas del exterior. Hoy en día tambien es posible encontrar celosías de materiales sintéticos como resinas y plásticos.
– Pérgolas: Una pérgola no es más que un armazón destinado a sosener plantas. Lo habitual son unas columnas de madera sobre las que se sitúa un enrejado bastante abierto a modo de techumbre. El uso de pérgolas permite diferenciar zonas del jardín con relativa facilidad, al tiempo que proporciona áreas agradablemente sombreadas. Habitualmente se utilizan, al igual que en el caso de las celosías, plantas trepadoras para recubrir la pérgola.
– Rocallas: El uso de rocallas, es decir, de combinaciones de rocas y plantas vivas está muy extendido ofreciendo interesantes posibilidades. Combinando acertadamente rocas de diferentes tamaños, desde simple grava hasta bloques de piedra más propios de una cantera, seremos capaces de romper la monotonía de jardines completamente planos creando pequeñas elevaciones sobre las que incluso se puede llegar a plantar.
– Esculturas: El uso de esculturas es un tema con el que se debe tener especial cuidado. Una escultura, al igual que un estanque o una fuente, atraerá inevitablemente la mirada de cualquier visitante del jardín por lo que se debe prestar especial atención tanto al lugar donde se coloca, como al tipo de escultura elegida. Un simple ejemplo: jardines de corte muy clásico pueden llegar a parecer un tanto extraños con una escultura excesivamente vanguardista. Y viceversa.
– Barbacoas: Las barbacoas son otro de los elementos comunes en casi cualquier jardín, ya sean barbacoas portátiles o prefabricadas, ya sean barbacoas de obra más o menos grandes. En su instalación se debe prestar especial cuidado a determinados puntos. En primer lugar hay que tener en cuenta sobre que superficie se instala, será inevitable que al hacer una barbacoa acabemos salpicando algo a nuestro alrededor, y algunas manchas de grasa pueden no desaparecer nunca dependiendo de la superficie en la que caigan (algunas maderas, losas, etc.). Por otro lado la barbacoa desprenderá calor, así que se debería situar alejada de cualquier vegetación para reducir riesgos. Y finalmente se debe prestar especial atención hacia donde irán los humos, y la distancia entre la barbacoa y la casa.
– Maderas: La madera es quizá uno de los elementos más utilizados en un jardín. La madera tiene unas cualidades muy interesantes que podemos aprovechar: es fácil de colocar, es muy versátil, crea ambientes cálidos, es aislante, etc. Por otro lado no está exenta de problemas, sobre todo relacionados con su conservación. Dependiendo de donde esté situada, el mantenimiento que le demos, y por encima de todo, del tipo de madera que sea, durará más o menos.
Maderas tropicales, exóticas, como por ejemplo la teca, el iroko, el ipe lapacho, o el moabi dan muy buenos resultados. Son visualmente muy bonitas, agradables al tacto, y al mismo tiempo resistentes a las condiciones de intemperie. Eso si, deberán ser tratadas para conservar su coloración original, o en caso contrario irán volviéndose cada vez más grises.
Trabajarlas, si fuera necesario, puede ser un tanto problemático dada su gran dureza. El inconveniente suele ser el precio, un tanto elevado dado que prácticamente siempre son de importación.
Pongamos por ejemplo una de las más utilizadas de entre las listadas anteriormente: Ipé-Lapacho. Es una madera originaria de América central y América del sur. El color de la albura es blanco amarillento, mientras que el duramente presentan diferentes tonos de pardo. Es una madera muy resistente ante la acción de hongos, termitas, y otros insectos. Su gran densidad tiene como consecuencia que la expansión, y la contracción, en la madera sea muy baja. Lo que a su vez implica que no aparecerán fisuras fácilmente.
Otras maderas más convencionales, autóctonas, que podemos usar con éxito son el castaño, el roble, el alerce, el abeto, la acacia, etc. El abeto y el pino necesitan tratamientos especiales para resistir la intemperie, pero el resto ofrecen una buena resistencia natural.